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Biología
ARTÍCULOS CIENTÍFICOS
 ARTÍCULO 1º.-

DEL TIEMPO Y SU MEDIDA

 

            Santa Teresa de Jesús falleció el 4 de octubre de 1582 y fue enterrada el día siguiente, 15 de octubre. No, no hay ningún error, por raro que parezca. Si tenéis un poco de paciencia y seguís leyendo lo comprobaréis.

 

            Un aspecto fundamental de la Física, como en otras disciplinas científicas, es la experimentación. La realización de una experiencia conlleva, casi inevitablemente la medición de alguna magnitud física. De todas las cosas que se pueden medir, es decir, de todas las magnitudes físicas, una de las más conocidas, usadas y que nos resulta más familiar es el tiempo. Vivimos con el tiempo y en el tiempo. Pero resulta curioso, a poco que nos detengamos a pensarlo, que la relación entre las unidades de tiempo sea tan distinta que la que existe entre las unidades de otras magnitudes. Por ejemplo, en la medida de longitudes utilizamos como unidades el metro, el centímetro (centésima parte de la anterior), o el kilómetro (mil veces mayor que el metro), sólo por mencionar las más conocidas. Para medir el tiempo utilizamos el día, el mes, el año, etc. Ahora bien, ¿cuál es el origen de estas unidades? ¿y por qué esa relación entre ellas? Pues de eso va a tratar este artículo: del tiempo y su medida.

 

          El día, probablemente, sea la unidad más esencial y la más natural. Cabe pensar que los antiguos pobladores de nuestro planeta denominaran así al periodo de tiempo que transcurre desde que sale el Sol hasta que vuelve a salir de nuevo. Como todos seguramente sabéis, este periodo no es constante y varía a lo largo del año, de modo que, tomando como medida del día el periodo que transcurre entre dos salidas consecutivas del Sol, disminuirá desde el solsticio de invierno (aproximadamente, sobre el 21 de diciembre) hasta el solsticio de verano (sobre el 21 de junio), fecha a partir de la cual irá aumentando. Actualmente lo que denominamos día es el tiempo que utiliza la Tierra en girar sobre su propio eje y que tiene una duración aproximada de 24 horas (con mayor precisión 23 h 56').

 

            La división del día en horas, de éstas en minutos y de éstos en segundos se atribuye a los sumerios (pueblo de la antigua Mesopotamia, que se encontraba en lo que actualmente es Iraq, o lo que queda de él). Pero por qué dividieron los días en 12 horas dobles (24 horas), la hora en 60 minutos, y muy posteriormente el minuto en 60 segundos. Para aventurarse a dar una respuesta que nos pueda parecer lógica habrá que remontarse a una época en la que no existía la escritura y en la que se contaba con los dedos, de donde surgen además de los sistemas decimales, los de base duodecimal y los de base sexagesimal.

 

            Al observar a pueblos en Siria, Afganistán, Pakistán o algunas regiones de la India que actualmente utilizan las falanges de los dedos de una mano para contar, Georges Ifrah, un estudioso de estos y otros temas, llegó al siguiente razonamiento. Si extendemos la mano de la palma derecha y contamos con el dedo pulgar cada una de las tres falanges de los dedos meñique, anular, corazón e índice, al acabar la cuenta tendremos doce unidades (sistema duodecimal), en lugar de las cinco de contar exclusivamente los dedos de la mano. Si a cada doce unidades asignamos un dedo de la mano izquierda, habremos obtenido 60 unidades (12 x 5) al acabar la cuenta (sistema sexagesimal), con lo cual únicamente con diez dedos tenemos la posibilidad de designar biunívocamente hasta 60 objetos con sólo señalar los dedos correspondientes de la mano izquierda y la falange determinada de un dedo de la mano derecha. Curioso, ¿no?

 

 La semana surge de un modo más artificial. Consta de siete días (su nombre proviene del término latino septimana) y coincide casi con la duración de una fase lunar. Si bien se le atribuye un origen judío, posteriormente pasó al cristianismo. Los nombres de los días, excepto el domingo (domínica, día del Señor), proceden de los nombres de los planetas visibles a simple vista: lunes (Luna, en realidad es un satélite, no un planeta), martes (Marte), miércoles (Mercurio), jueves (Júpiter), viernes (Venus) y sábado (Saturno).

 

            Y hablando de fases lunares, nuestros antecesores al observar nuestro satélite, pudieron comprobar fácilmente que cada 29 días y medio existe luna llena (este periodo, llamado lunación, tiene en realidad un valor medio de 29 días 12 horas 44 minutos). A este periodo lo llamaron mes. Y al espacio temporal que comprende 12 meses (lunares) lo llamaron año, por lo que su duración era de 354 días (esta forma de medir el tiempo aún se utiliza en algunas culturas, como la musulmana).

 

            En realidad, como todos sabéis, es de algo más de 365 días, y es el tiempo que nuestro planeta tarda en dar una vuelta alrededor del Sol. Bueno, con más precisión el tiempo que tarda es 365 días 5 horas 49 minutos, por esta razón se elaboró un calendario en el que a uno de cada cuatro años se añadía un día (año bisiesto). Este calendario fue aplicado en Roma por Julio César el año 46 a.C., de ahí su nombre (calendario juliano). Ahora bien, el adoptar este calendario implicó dar un valor medio para la duración del año de 365 días 6 h. Ello conllevaba un error que se fue acumulando, inicialmente insignificante de 11 minutos, pero que en 1582 llegó a tener un desfase de unos 10 días. Eso quiere decir que el equinoccio de primavera se había “adelantado” hasta el 11 de marzo; lo que tenía una gran influencia en la fecha de celebración de la Pascua.

 

            La Iglesia había determinado en el Concilio de Nicea que la fecha en la que se debía celebrar esta festividad fuera el primer domingo posterior a la primera luna llena que sigue al equinoccio de primavera, el cual, en tiempos del concilio, se consideraba fijo en el 21 de marzo. Consecuencia: la Pascua se acabaría celebrando en verano. Bueno, ¿y si la fecha del equinoccio dejaba de considerarse fija y se tomaba la fecha real? (en 1582, el 11 de marzo) Pues ocurriría que con el tiempo las fechas de Pascua y de Navidad estarían muy próximas, incluso podrían coincidir, además esta última festividad se acabaría celebrando en primavera, ¿raro, no?

            La solución adoptada por la comisión creada por el Papa Gregorio XIII (de ahí el nombre de calendario gregoriano) fue, por un lado decretar que de los años centenarios sólo fueran bisiestos aquellos múltiplos enteros de 400 (así los años 1700, 1800 y 1900 no fueron bisiestos y si lo fue el año 2000) y por otro eliminar diez días del año 1582, con el fin de hacer coincidir de nuevo el equinoccio de primavera con el 21 de marzo. Y, ¿qué días fueron eliminados? Si volvéis al principio de este artículo el lector astuto y avispado (para las señoritas utilícese el femenino) se habrá dado cuenta que fueron los comprendidos entre el 5 y el 14 de octubre, ambos inclusive. O sea que, efectivamente, al jueves 4 de octubre de 1582, fecha en que falleció Santa Teresa de Jesús, le siguió el viernes, 15 de octubre, día en que fue enterrada la santa y escritora abulense.

 

 

ARTÍCULO 2º.-

LA TIERRA NO PERTENECE A NADIE

               En 1977, cuando se cumplían 109 años de la muerte del jefe indio Noah Sealth, un hombre que supo vivir y amar a la naturaleza y a los hombres, la CIMA, Conferencia Interministerial sobre el Medio Ambiente, editaba por primera vez el mensaje de este buen salvaje piel roja dirigido al gran padre de Washigton, tal clarividente que se anticipó en más de un siglo a lo que iba a suceder al hombre.

                En 1855, el jefe indio Sealth pronunció un discurso dirigido al hombre blanco en el que se expresaba la filosofía de la vida de su pueblo. Esta lección de ecología constituye el más bello mensaje sobre la naturaleza jamás escrito.

              ¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aun el calor de la tierra?. Dicha idea nos es desconocida.

              Si no somos dueños de la frescura del aire, ni del fulgor de las aguas, ¿cómo podrán ustedes comprarlos?

            Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante mata de pino, cada grano de rocío en los oscuros bosques, cada altozano y hasta cada sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo. La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas.

            Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas; en cambio, nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas. Somos parte de la tierra y asimismo, ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila; éstos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.

            Por todo ello, cuando el Gran Jefe de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras dice que nos reservará un lugar  en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. El se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por ello consideraremos su oferta, ya que esta tierra es sagrada para nosotros.

            El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente agua, sino, también, representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos tierras deben recordar que es sagrada y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y las memorias de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.

            Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también los son suyos, y, por tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que  se trata a un hermano.

            Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. El no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, y a que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga, y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Le secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a sus hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás sólo un desierto.

            No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola visita de sus ciudades apena los ojos del piel roja. Pero quizá sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada

            No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera o cómo aletean los insectos. Pero quizá también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido sólo parece insultar nuestros oído. Y, después de todo, ¿para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde del estanque?. Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pinos.

            El aire tiene un valor inestimable para el piel roja, ya  que todos los seres comparten un mismo aliento, la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Pero si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire comparte su espíritu con la tierra que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida también recibe sus últimos suspiros. Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.

            Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla yo pondré una  condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.

            Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles de búfalos pudrirse en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como una máquina humeante puede importar más que un búfalo, al que nosotros matamos sólo para sobrevivir.

            ¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual; porque lo que le suceda a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado.

            Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a si mismos.

            Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos. Todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado.

            Todo lo que ocurre a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a si mismo.

            Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común. Después de todo quizá seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes pueden pensar ahora que El les pertenece, lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan, pero no es así. El es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para El y si se daña se provocaría la ira del Creador. También los blancos se extinguirían, quizá antes que las demás tribus. Contaminan sus lechos y una noche perecerán ahogados por sus propios residuos.

            Pero ustedes caminarán hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza de Dios que los trajo a esta tierra y que, por algún designio especial, les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes. ¿Dónde está el matorral?. Destruido. ¿Dónde está el águila?. Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia.

 

                                                                                                                                                                                                       

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